Se acerca San Valentín… Puede que seas romántica o puede que no, que te guste seguir las tradiciones o que prefieras saltarte las normas y no creas en Cupido. Pero seguro que, al menos alguna vez, te has enamorado sin tenerlo previsto.

¿Por qué nos enamoramos? ¿A qué se debe que nos atraigan más unas personas que otras? Según los expertos, todas tenemos un prototipo de hombre o mujer “ideal”. Pero la experiencia nos demuestra, una y otra vez, que el amor no es nada previsible, y que a menudo, el flechazo surge en el momento menos pensado y hacia alguien que no siempre se ajusta a nuestra idea inicial. Aunque como dice el refrán: en cuestión de amor, no hay razones que valgan.

Sin embargo, debes saber que todas las cualidades y rasgos físicos que te atraen de una persona son solo una parte del “legado genético”. Hay otra parte “que no se ve” pero que también está ahí. Que se manifieste o no, depende de cómo se combina la información genética que aporta el padre y la madre en el momento en el que se crea un nuevo ser. Eso explica por qué cada persona es única.

Aunque –pensarás– hay hijos que se parecen mucho a sus padres y hermanos que también se parecen mucho entre sí (y otros, en cambio, ¡nada!). Este hecho se explica, en parte, porque hay genes “dominantes” que suelen imponerse sobre los otros (los recesivos). Un ejemplo muy conocido es el color de los ojos: si los dos padres los tienen oscuros es probable que sus hijos también. Pero si ambos tienen antecedentes en su familia de ojos claros puede que sus hijos, o alguno de ellos, lo tengan claros.

Actualmente es posible conocer gran parte de la información genética que los padres pueden transmitir a sus hijos. De hecho, además de las conocidas pruebas de paternidad, existen empresas especializadas que ofrecen incluso la posibilidad de averiguar cuáles son tus ancestros desde el punto de vista genético.

Curiosidades aparte, lo que ha supuesto un paso adelante es que gracias a esos avances podemos conocer la predisposición que una persona tiene a desarrollar algunas enfermedades o transmitirlas a su descendencia, un hecho que es decisivo en los casos en que esas enfermedades son provocadas por genes de carácter recesivo y, por lo tanto, pueden pasar desapercibidas. Por eso, los biólogos que trabajamos en el ámbito de la reproducción asistida sabemos que cuando una mujer o una pareja tiene problemas de fertilidad y es necesario recurrir a un/a donante de óvulos o de esperma, además de tener en cuenta que sus rasgos físicos (altura, color de ojos, color de piel…) sean parecidos a los de la receptora, es fundamental que este/a sea “compatible genéticamente” para descartar que la unión del material genético de ambos pueda provocar la transmisión de algún gen o alteración que favorezca el desarrollo de una enfermedad hereditaria.

Actualmente existen tests como el qCarrier que, a través de un simple análisis de sangre, permite detectar más de 300 enfermedades hereditarias de carácter recesivo. En nuestro centro se aplica tanto a nuestros pacientes como a los donantes, para facilitar la selección posterior del donante más adecuado en cada caso.

Al final, la genética es un juego de probabilidades, y el resultado una cuestión de azar. Pero los especialistas que trabajamos en reproducción asistida jugamos con cierta ventaja, porque gracias a las últimas tecnologías que se aplican en este ámbito, podemos reducir el riesgo de que se transmitan enfermedades genéticas.