¿Sabes cuántos bebés están naciendo justo en este momento en todo el mundo? ¡4 por segundo! Y actualmente hay más de 7.400.000.000 de seres humanos en todo el planeta.  Así que cuesta creer que nuestra especie sea una de las que peor se reproduce. Pero es así. Comparativamente, nos reproducimos poco y de una forma poco eficiente. Y la prueba es que en el ranking de fecundidad del reino animal ocupamos uno de los últimos puestos, y eso que, a diferencia de otros animales, podemos practicar sexo todos los días y en cualquier época del año.

Algunos corales, por ejemplo, solo pueden reproducirse unos días concretos a lo largo del año, por lo que sincronizan la liberación de su esperma y huevos en el océano, provocando un desove masivo que tiñe las aguas del noreste de Australia de un increíble color rosado –¡se estima que cada ejemplar puede liberar miles de gametos!–. La imagen desde el cielo es espectacular. Pero su supervivencia es similar a la de otros animales, ya que solo uno o dos especímenes por individuo llegan a la madurez. ¿Por qué, entonces, ese enorme depliegue…?

De acuerdo con las leyes de la biología, la fecundidad de una especie está condicionada por la genética y las condiciones ambientales, así como otros factores relacionados con la estrategia evolutiva. Y, al parecer, también existe un nexo entre el potencial reproductivo de una especie y las posibilidades de supervivencia de sus crías. Por esta razón, y, en general, en las que tienen más depredadores el potencial reproductivo es más alto.

Eso explica por qué animales como los conejos son sexualmente activos a los tres o cuatro meses de nacer, y los ratones pueden tener hasta 12 camadas al año. Aunque solo sobreviven de 12 a 20 crías por cada hembra, que suelen ser las más fuertes y mejor adaptadas. Por eso, las hembras preñadas de roedor deben mantenerse lejos de los “machos alfa” en los laboratorios, ya que si ellas los detectan pueden abortar para ser fecundadas por el nuevo ejemplar, y no es una cuestión de frivolidad, sino de supervivencia. Un comportamiento denominado «efecto Bruce», en honor a Hilda Bruce, la bióloga que lo demostró.

Pero volvamos a nuestra especie. Cada mes, en las condiciones ideales, una pareja joven, fértil y sana que mantenga relaciones sexuales tiene, como máximo, un 25% de posibilidades de lograr un embarazo viable. Un porcentaje que otros animales superan de largo. El motivo que explica la baja fecundidad en la especie humana es sencillo: al ser una de las especies más evolucionadas, tenemos una mayor capacidad para “gestionar” nuestras necesidades biológicas, y por lo tanto, el momento biológico ideal para la reproducción –que sería entre los 18 y los 25 (o como máximo 30 años)–, no suele coincidir con el momento vital en el que decidimos tener descendencia. Y somos más selectivos: cuando un embrión no es viable es más difícil que se implante y progrese, lo que explica por qué en nuestra especie son más frecuentes los abortos.

Pero esa “disociación” nos pasa factura, ya que las posibilidades que tiene una mujer de quedarse embarazada y dar a luz un niño sano empiezan a descender progresivamente al cumplir los 30 años. Un descenso que se hace más acusado a partir de los 35 y no a los 40, como se cree. Cumplidos los 42 años, solo un 5% de las mujeres que intentan quedarse embarazadas de forma natural lo logran y, aún así, el riesgo de que se produzca un aborto o el bebé nazca con alteraciones cromosómicas en esos casos es muy elevado.

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Este hecho resulta especialmente preocupante si tenemos en cuenta que en la mayoría de los países occidentales los cambios sociales y el estilo de vida han provocado un retraso en la edad de la maternidad de la mujer, y, por lo tanto, en su fecundidad. En España, el índice de fecundidad actual (número de hijos por mujer, de promedio) es de 1,33, similar al de la mayoría de los países de Europa, América del Norte y Australia, como muestra este mapa, mientras que en los años 70 era casi de 3 (2,84).

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Por suerte, los avances en reproducción asistida han permitido ser madres a muchas mujeres de edad avanzada o con problemas para concebir. Pero aún así, la ciencia no puede ir en contra de la biología. Por este motivo, cada vez son más las que deciden preservar su fertilidad, una opción autorizada en España desde el 2006. La técnica ofrece la posibilidad de conservar los óvulos a cualquier mujer que, por el motivo que sea (enfermedad, situación personal o laboral) decida posponer su maternidad. La clave, eso sí, es hacerlo antes de los 35 años.

Se trata de un tema del que todavía no se habla abiertamente a nivel social, pero que es probable que siga ganando terreno, dada la situación actual. En cualquier caso, y aunque no podemos prever qué va a ocurrir en el futuro, los investigadores que trabajan en este campo saben, por experiencia, que en temas de fertilidad cualquier avance que aumente la libertad y la capacidad de decisión de la mujer siempre tendrá una buena acogida.