Tras sufrir dos abortos espontáneos, la artista Paula Bonet decidió compartir su vivencia en redes y dar visibilidad a una realidad que se oculta. En este post nos cuenta de forma muy sincera e íntima cómo vivió esa experiencia y anima a romper el tabú que aún rodea a este tema, así como a muchas otras cuestiones relacionadas con la fertilidad y la sexualidad femenina.

«Desde que empecé a pensar en ser madre tuve cuatro embarazos psicológicos. En el quinto la comida me producía arcadas y me dolían los ovarios. El quinto embarazo psicológico en realidad fue mi primer embarazo real y en la primera visita a la clínica grabamos los latidos del ratón que tenía en el vientre. Limpiamos el ruido. Sonaba acelerado.

En la segunda revisión no se escuchaba nada. Pensé que debía haber problemas con el audio, pero mientras veía el embrión en la pantalla y asistía a lo extraño de las maniobras de mi ginecóloga con el transductor me dijeron que no había latido. Que el poco espacio que ocupaba el ratón había menguado y que “hacía unas semanas que debía haber muerto”.

No entendí nada. Pensé que el poco tiempo que había estado cerca de ser madre lo había usado siendo una de las malas, seguro que aquello que acababa de suceder era responsabilidad mía. De inmediato, la culpa. Pero como dice la poeta austríaca, si esta llama a deshoras “no estamos en casa”.

Los abortos espontáneos son muy frecuentes, y a partir de los treinta y seis se dan en un 25% de los casos. No se habla de esto, pero cuando sucede y se cuenta salen abortos hasta de debajo de las piedras: mujeres que perdieron al hijo el primer día de trabajo, solas, en un lavabo, y no pudieron pedir ayuda a nadie porque qué habrían pensado de ellas; otras que lo vieron en el váter por casualidad, mujeres que volvían del mercado y tenían las bragas llenas de sangre. Todo en silencio. No sea que asustemos a alguien con nuestro empeño de sangrar y dejarlo todo perdido. Cuando se trata de nuestros cuerpos todo son tabúes: de adolescentes escondemos las compresas en lugares inimaginables y salimos triunfantes de la hazaña de llevarlas hasta el lavabo sin que nadie se dé cuenta, cuando estamos embarazadas nos mordemos la lengua durante tres meses para no contar a nadie aquello que ocupa el centro de nuestros días, apenas tenemos información sobre la menopausia. Cuando sufrimos un aborto no lo contamos.

Las mujeres habitamos un lugar que no se nombra y que está lleno de sombras.

Después del primer aborto espontáneo me obsesioné con quedarme embarazada de nuevo. Quería que volvieran las náuseas, la celulitis, la tripa ensanchándose. Quería volver a sentir el miedo del parto. Lo que sucedió en los meses posteriores al aborto me cambió. Tardaba más de lo habitual en reaccionar y sentía como si tuviera que protegerme de todo encerrada en un cuerpo de embarazada que no contenía embrión. Escuchaba los latidos que tenía grabados y me encogía. No sentía perdida, era miedo a que no pudiera volver a suceder, o a que si sucedía volviese a pasar lo mismo.

Y sucedió y pasó de nuevo lo mismo.

Pero pude vivirlo de otro modo porque tenía la experiencia.

Después de la segunda pérdida, y sabiendo que el legrado no era lo peor (¡ni se te ocurra querer pasar un duelo por alguien que no existe!), empecé a recordar con frecuencia a aquel novio que tuve siendo muy joven y no me decía te quiero “porque las palabras se gastan, como esas metáforas que entre todos convertimos en una cantinela vacía de significado”. Cada vez que salen de nuestras bocas pastosas las matamos un poco más. La boba de mí guardó sus reservas de te quieros durante años, no fuera que por bocazas las historias de amor se me gastaran demasiado pronto.

Pero las palabras nombran, hacen, pesan. Las palabras construyen y citan la realidad. Las palabras son no sólo lo que creemos que dicen. Son también las sombras de lo que contuvieron hace siglos. Son la esencia de algo que el tiempo ha pulido. Son aquello despojado de todo ornamento.

Los te quiero quieren. Y los abortos duelen.»

 

Roedores, cuerpo de embarazada sin embriónRoedores: Cuerpo de embarazada sin embrión

La obra más personal de Paula Bonet: el animalario que pintó para su hija durante los primeros meses de su embarazo. Una creación artística que, junto con el diario que la autora escribió esos días, rompe el silencio alrededor del aborto espontáneo.