La mayoría de los cuentos de hadas suelen acabar con la frase “…y fueron felices para siempre”, un mensaje que da por hecho que su amor duró toda la vida. Incluso las versiones más modernas, como la película Shreck, mantienen ese final “romántico”. Pero aunque la especie humana no es tan dada a la promiscuidad como otras, no se puede decir que seamos exclusivamente monógamos.

En realidad, en el mundo animal los casos de monogamia son más bien raros, sólo un 3% de las especies de mamíferos la practican, y, desde el punto de vista biológico, se considera incluso una conducta “excepcional”. “Probablemente, la única razón que, biológicamente, justifica esta opción, es que resulte una estrategia beneficiosa para reproducirse y asegurar la descendencia para ambos miembros de la pareja”, explica la Dra. Beatriz Álvaro, ginecóloga de Dexeus Mujer. Pero, ¿es realmente así?

En teoría, si así fuera, la monogamia debería garantizar a las parejas fieles un mayor número de hijos y la supervivencia de estos frente a los que optan por tener parejas múltiples y varias aventuras. Pero a la hora de la verdad se ha comprobado que la táctica funciona en algunas parejas, pero no en todas. Un hecho que es evidente en el caso de los seres humanos.

Y ¿por qué? Pues aunque no existen muchos estudios al respecto, parece ser que depende de los individuos y de las circunstancias y experiencias previas. Hay algunos que optan por la fidelidad y otros que se muestran más reacios. Además, contrariamente a lo que se cree, y de acuerdo con un estudio realizado en la Universidad de Oxford, el porcentaje de hombres y mujeres que tienden hacia una u otra opción es prácticamente equiparable en ambos grupos: 43% fieles-57% promiscuos en los hombres frente a un 53%-47% en el caso de las mujeres. Por lo que la idea de que los hombres son más promiscuos es solo relativamente cierta.

En su libro “Consultorio sexual para todas las especies”, la bióloga evolutiva Olivia Hudson plantea precisamente este tema de forma muy divertida, y explica que lo que se conoce como “la batalla de los sexos” no es ningún mito, y que su causa es precisamente los intereses contrapuestos que existen entre hombres y mujeres en el tema reproductivo, porque, a menudo, «un mayor éxito para ella supone un menor éxito para él, y viceversa». Y, para demostrarlo, ofrece algunas teorías que explican por qué algunos animales se dan el sí quiero para toda la vida mientras otros son más proclives al flirteo.

En algunos casos, el motivo por el que el macho es fiel es porque hay pocas hembras y están dispersas, por lo que prefiere quedarse con la primera que se le cruza a arriesgarse a buscar otra, sobre todo si el viaje implica peligros. En el caso de ellas, pocas están dispuestas a ser fieles a no ser que su pareja les resulte útil para defender el territorio o para cuidar a sus crías. Un buen ejemplo es el del hámster enano de Mongolia, en el que el macho no solo la ayuda a la crianza de la descendencia sino que ¡hasta hace de comadrona! De hecho, la Dra. Hudson indica que es el único caso conocido entre los mamíferos que desempeña esa función.

Otras teorías explican que cuando la competencia es alta entre los machos, los ejemplares masculinos suelen estar bastante más desarrollados que las féminas de su misma especie y el saco escrotal es proporcionalmente más grande que el de otras especies. Un claro ejemplo son los gorilas, algo que, sin embargo, no ocurre entre los chimpancés.

En los seres humanos está claro que hay hombres más corpulentos que muchas mujeres, pero también ocurre al revés, por lo que estaríamos a medio camino entre las especies monógamas y las polígamas. Y la prueba es que hay estudios que demuestran que la infidelidad no es tan elevada como se cree y que, por lo común, tenemos preferencia por tener una pareja y nos gusta sentirnos emocionalmente acompañados, pero eso no impide que se den relaciones extrapareja. Aunque muchas personas admiten que estarían dispuestas a perdonar una infidelidad puntual.

¿Qué podemos deducir de todo ello? Pues que, como explica Adolf Tobeña, investigador del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, los seres humanos  podríamos definirnos como una especie que practica lo que en biología se denomina una monogamia imperfecta o poliginia moderada. Y, probablemente sea una buena definición.

Aun así, todos sabemos que la estabilidad de una pareja no puede medirse solo en términos biológicos, y que hay muchos otros factores que cuentan. Pero es verdad que, como decíamos al principio, el hecho de «seguir juntos» depende, sobre todo, de que haya intereses compartidos así como de la voluntad que demuestren ambos miembros por mantenerse unidos.